TP. Un niño recién nacido es abandonado a las puertas de un convento de frailes franciscanos. Tras bautizarle y darle el nombre de Marcelino, los frailes inician gestiones para encontrarle mejor acomodo. Las gestiones no dan resultado y el niño se queda en el convento. Tras cinco años Marcelino se ha convertido en el pequeño rey de la vida cotidiana de los frailes. Mientras tanto el herrero del pueblo es nombrado alcalde, tras pequeñas desavenencias con los frailes acusa a éstos de maleducar al pequeño obligándoles a abandonar el convento. A su vez, Marcelino desobedeciendo las órdenes de los frailes que le han prohibido subir al desván donde, según dicen, hay un hombre que podrá cogerle y llevárselo para siempre, entra en el abandonado desván y allí descubre la figura de un hombre semidesnudo, con los brazos abiertos; se trata de un Cristo de tamaño natural. Marcelino ha visto muchas veces la imagen de Jesús pero nunca con tanto realismo. Una gran compasión se apodera de él. Le ofrece pan y el Señor lo toma. En las visitas que posteriormente hace al desván, Marcelino lleva siempre algo de comer o beber, casi siempre pan y vino, acabando por recibir del propio Señor el nombre de Marcelino pan y vino. Los frailes están preocupados, ya han recibido la orden de abandonar el convento y además hay que sumar el cambio de Marcelino que ya no es como era, ya no juega ni se interesa por las cosas como antes. El superior encarga al cocinero que vigile al chico. El Señor quiere premiar a Marcelino por su bondad de corazón, sin obtener del niño otro deseo que el de ver a su madre, de quien sabe, por el propio Cristo y por los frailes que está en el cielo. Entonces sucede el milagro.