TP. Quien ama a su prójimo más que a sí mismo, quien se preocupa por los demás a costa de sufrir graves preocupaciones, es alguién que lleva su virtud al grado heróico. Así le ocurre a una monjita menuda, nerviosa, imprudente, atolondrada, que sirve a Dios con humilde efusión y a sus criaturas con torrencial vehemencia. Ella ama a todos. A sus padres, a los niños, a los delincuentes, a cualquier ser humano que, en su presencia, derrame lágrimas, aunque sean falsas. Y, por ayudarles se expone a reprimendas y castigos que acepta con sumisión. Muchas veces yerra cuando obedece a sus propios impulsos. Y otras acierta, cuando cumple la voluntad del Señor. Pero como no puede estar segura, en la duda atiende siempre al dictado de su gran corazón. Es fuerte en las virtudes teologales y débil en las cardinales. Así es esta monja manchega y quijotesca, que parece necesitar una locomotora, o, al menos, un coche utilitario, para ir más velozmente a hacer el bien.